jueves, 9 de junio de 2011

La guerra del poder

Cada año, por normal general, después de la resaca cofrade -este año gracias a la lluvia apenas nos hemos tomado un par de cubatas- vienen las tan esperadas y temidas elecciones.

Que la Semana Santa está tomando una dimensión mediática importante se hace evidente incluso en estos peculiares comicios. Blogs, webs, ruedas de prensa e incluso folletos para presentar cualquier candidatura. Me recuerdan a los anuncios en los partidos de PPV de Camacho y Villar Mir para las elecciones del Real Madrid.

Ataque y defensa en pro de captar votos, da igual el fair play y da igual si hace falta pasar por encima del otro. Cada candidato se rodeará de sus milicianos y los entrenará como si les fuera la vida en ello. Durante un tiempo, estos perros de presa solo tienen un objetivo que cumplir: acceder al trono. Y para ello no importan las formas. El fin justifica los medios, tal como diría la doctrina maquiavelista.

Reconozco que cierto día, hace bastantes años y debido a mi inexperiencia, me llegué a sentir así. Me dieron la AK-47, el chaleco antibalas, las pinturas de camuflaje y vámonos que nos vamos. Por suerte, supe escapar a tiempo y darme cuenta que yo no estaba preparado para este tipo de guerra.

La opción que tienen los hermanos de elegir a su máximo representante, generalmente para los próximos cuatro años es un ejercicio necesario. La democracia en estado puro. Todos los putos votos valen igual, no como en las elecciones de mierda generales del Estado Español.

El gran problema de este derecho democrático que nos ofrecen las hermandades es el resultado. Y no me refiero al recuento. No estamos preparados para perder la guerra, puesto que cuando la perdemos no caemos en las garras del victorioso y le apoyamos, sino que invernamos otros cuatro años, nos rearmamos y esperamos con ansias la nueva batalla, esta vez de forma más temible. Y la gran perjudicada es la hermandad, aquella que no sabe  ni de victorias ni de derrotas.

Tenemos el deber de entender que la guerra debe de dejar paso a un proyecto. Que cada candidatura no es más que una alternativa distinta y que los hermanos solo nos dedicamos a elegir cual es la línea a seguir. Si pensáramos así, nuestras hermandades darían un paso de gigante.

Y yo, esta vez, sí que me tengo que aplicar el cuento.

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