martes, 14 de junio de 2011

El amaneramiento

Mucho ha progresado la Semana Santa en estos últimos años. Ya lo he dicho en otros artículos y lo reafirmo. La globalización también ha llegado a nuestro mundo. Hoy todos conocemos mejor la Historia, nuestro arte, otras Semanas Mayores, etc.

Que se han puesto de moda las marchas "frikis", las buenas, las antiguas, las fúnebres y las de mayor calidad es una evidencia. Pero esto nos ha puteado. Y ahora aclaro.

Desde hace unos años vemos como se apuesta por bandas de música de inexcusable calidad. Rozan la profesionalidad y es toda una delicia poder escucharlas. Sabemos el repertorio de antemano. Va a sonar tal marcha en tal esquina puesto que aquí es donde venía su autor a comerse los boquerones en vinagre con su amante, y en esta otra va a sonar una marcha que se compuso en el año de la I Guerra Mundial, que coincide con el año en que tal compositor se rompió un hueso cuando iba a comprar el pan. Y así podemos encontrar subnormalidades varias a montones.

A las juntas de gobiernos y a los cofrades de chaqueta se les cae la baba. Lo flipan. Estos directores sonríen al ver que han hecho felices a los frikis. Realmente a estos frikis ni le gusta la marcha, pero es lo que está aceptado puesto que un flipado de gran consideración puso en un foro que esa marcha era una bestialidad. Pues nada, a lamerle los huevos, al del traje, al del foro y al director.

Pues ahora, un capullo de poca consideración viene a decir esto. Me gustan las bandas agresivas, las que le importa un carajo el aniversario de tal marcha y las que cada vez que se ponen detrás de un palio saben que van a la guerra. Me gustan las bandas cuyos músicos ven a los costaleros como su mayor enemigo y que ven que no hay mejor forma de reventarles que tocar marchas, marchas y más marchas con el único objetivo de destrozarlos y si pueden mandar siete u ocho al Juan Ramón Jiménez pues mejor que mejor.

Me gustan las bandas cuyos músicos pasan de la estética como de la mierda. Cuyos músicos no llegan al sitio hasta dos minutos antes de tocar el himno y cuyos músicos se niegan a tocar si no llevan cuatro cubatas entre pecho y espalda.

Me gusta ese romanticismo. Ese músico que toca la corneta y cuando el director pone Amarguras se va al bar, que esos ocho minutos son eternos y los va a aguantar su puta madre. Ese clarinete que piensa que para eso hay muchos y que mejor que toquen los otros.

Me gustan esas bandas que no descansan, que eso es una mariconada. Me gustan esas bandas que empalman contratos como si les fuera la vida en ello y me gustan esas bandas que les da igual una procesión de cinco horas como de catorce.

Me gustan esas bandas cuyo su significado de "p" es de porrazo y no de piano, que para eso ya están los conciertos. Me gustan esas bandas que la afinación es un concepto que nunca debe ser más importante que la potencia y me gustan esas bandas que no se vienen abajo.

Una pena que a día de hoy, los puristas se hayan decantando por la peor de las opciones. El que haya tocando durante muchos años en bandas de música me comprenderá.

Al menos, esas bandas románticas, de cojones, de fuerza, de guerra, de valentía, etc., no cambian su forma de pensar y aún tenemos algunos ejemplos (cada vez menos) por nuestra ciudad.

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